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martes, noviembre 03, 2009

Cómo casarse en Las Vegas...y no morir en el intento

Artículo extraído de ELMUNDO.es

En helicóptero, limusina, en plan Lejano Oeste, sobrevolando el Cañón del Colorado o vestidos de Elvis y el oso Yogi. 120.000 parejas dicen 'sí, quiero' cada año en la ciudad americana más extravagante por la módica cantidad de 200 euros... o 25.000. Acompañamos en su aventura a una de ellas


Se puede celebrar sobrevolando el Gran Cañón del Colorado, mientras se da una vuelta en limusina, vestido de Elvis (o de Priscilla, de Marilyn, de Oso Yogi, de Luke Skywalker...), dentro de un barco pirata, en plan Lejano Oeste, al estilo Harley Davidson, con una banda de mariachis animando la faena... e incluso en medio de una fiesta nudista. Habían oído hablar de casi todas las propuestas (casi: lo del Oso Yogi es demasiado), pero ya suficientemente exótico les parecía emular a Britney Spears, Nicky Hilton, Angelina Jolie o Frank Sinatra casándose en Las Vegas como para encima cargar con el disfraz del de Yellowstone a cuestas.

Por eso, Fernando y Clara, de 31 y 25 años, a quienes acompañamos en su aventura nupcial de 48 horas, apostaron por lo seguro, aunque hablar de eso en la imprevisible ciudad de Nevada (que no California) es mucho hablar. Así que decidido: se casarían en lo alto de la Torre Eiffel del hotel Paris, uno de los muchos (hay 150.000 plazas hoteleras en Las Vegas; el triple que en Madrid y eso que la ciudad estadounidense sólo tiene 1,5 millones de habitantes) repartidos a ambos lados de la Strip, la efervescente avenida principal. Es uno de los favoritos de las 120.000 parejas que se casan aquí cada año.

La idea iba tomando forma a medida que se aproximaban en coche junto a otras dos parejas con las que venían recorriendo la costa oeste de Estados Unidos. Ya estaban en Las Vegas, en medio de insistentes carteles del espectáculo de turno (The Lion King, O, Cher o Celine Dion, quien, por cierto, vive aquí), outlets a precios de risa, bufetes de abogados (para quien vende su alma en los casinos y luego no puede afrontar las deudas), pastores evangélicos o psicólogos (para ayudar a los desaforutnados viciosos; no es tontería: la tasa de suicidos en Las Vegas dobla la media nacional). Y a lo lejos, la silueta de la pirámide del Luxor comienza a despuntar.

Desayuno con champán

Pero el sueño de dar el sí, quiero en la réplica gala (mide justo la mitad que la verdadera Torre Eiffel) duró poco, lo que tardaron en hacer el check in en el hotel Montecarlo (hay que pagar antes; no vaya ser que el huésped se lo juegue todo a las tragaperras y la cuenta se quede tiritando) y preguntar el precio de la broma: 1.300 euros el paquete más barato, el Bordeaux, de media hora de ceremonia. Y sin incluir las tasas ni la tarifa del minister o reverendo. El más caro, el Paris Perfection, 10.000 euros, con dos horas de limusina para seis personas, desayuno con champán y chocolate con fresas, suite nupcial bañada de rosas, masaje en el spa Mandara...

¡Fuera Torre Eiffel! Y eso que no es lo más caro. Un par de noches y todo tipo de pijaditas románticas (música celestial de violines, limusina, actores-testigos vestidos de Elvis, arreglos forales que ni la boda de Letizia...) pueden sobrepasar tranquilamente los 25.000 euros. Cuestión de gustos y bolsillos. El de nuestros protagonistas no andaba sobrado, así que, tras recorrer los principales hoteles durante día y medio Strip arriba Strip abajo, apuestan por una elegante pero informal capilla: Vegas Adventurer, cerca de Bonanza, la tienda de souvenirs más grande del mundo, por el módico precio de 250 euros 15 minutos de boda (más impuestos más 50 euros del ministro más 30 de las fotos más 30 del DVD...). «Algunos sitios daban hasta miedo, pero éste nos dio buenas vibraciones», suelta Clara encantada.

La boda, en español, se fija para las 9 del día siguiente. Esa noche toca cena en el hotel The Venetian y, después, sesión ludópata en el casino. Siguiente reto: obtener la licencia, ésa que prueba que los contrayentes tienen más de 18 años, que no están casados con otros (más de uno ha tenido problemas por cuestiones de bigamia) y que están bien sanos, aunque el análisis de sangre que se pide en el resto del país para demostrarlo no es obligatorio en el condado de Clark, al que pertenece Las Vegas. Precio de la licencia: 45 euros. Eso sí, hay que solicitarla antes de las 12 de la noche y sobrio. Antes, podía pedirse a cualquier hora, pero llegó Britney Spears completamente borracha (y luego completamente arrenpentida) y las reglas cambiaron.

El altar de Elvis Presley

A eso de las ocho, los novios entran en la capilla, cuya puerta cuelga el típico cartel de OPEN, todo encendido. Es pequeña pero coqueta, agradable, con bancos blancos y enredaderas que trepan entre éstos y el altar. Porque también lo hay. Igualito que en la tele. Eso sí, el homenaje a Elvis espera en la esquina, donde resurge a modo de altar la foto gigantesca del Rey entre ramos de novia de toda condición e incluso un sombrero mexicano (??). Ella, a un habitación. Él, a otra. Las dos amigas acompañan a Clara, que va sacando el prendedor que lució su madre en su boda, el ramo de su hermana y el bolso de su mejor amiga. ¿Su look? Camiseta y falda blancas estilo ibicenco, aunque le ofrecen alquilar el típico vestido, peluquería, manicura, maquillaje... Full service. ¿Él? Camisa y vaquero.

Suena la música nupcial y el ministro de origen colombiano, Sebastián Salas, con su sotana negra y sus 50 bodas a cuestas un sábado cualquiera («Hay veces que no paro desde las 10 de la mañana a las 2 de la madrugada», confesará luego), espera al fondo junto al novio y los dos amigos. Avanza Clara pisando los pétalos rojos tendidos en el suelo. «Estamos aquí para casar a...», espeta Salas entremezclando su español colombianizado con un tremendo acento yanqui. Lo dicho, igual que en la tele, pero mucho más serio de lo que podría pensarse. Incluso menos hortera. Bueno, es un decir...

Duración: 15 minutos, con intercambio de anillos, felicitaciones y regalito de los asistentes (una llamativa tarjeta fucsia de just married) incluidos. Después viene la visión del vídeo en grupo y la discusión sobre qué fotos (y por cuánto) se quedan. Que si éstas entraban en el precio, que eso no era lo pactado... Es lo de menos: Fernando y Clara ya son marido y mujer. Ahora, sólo queda convalidarlo en España (que se puede) y, por supuesto, la noche de bodas