PASO DE NUEVO MEJICO A ARIZONA O "LA MENTIRA DEL METEORITO"
El día no prometía mucho, la verdad, metidos en el Nuevo Méjico profundo para pasar a la Arizona profunda. Desierto, calor, sed, polvo (suciedad… so pillastres).
Sin embargo, haciendo ahora un balance del mismo, puedo concluir con que fue a resultar un día la mar de interesante, el cual paso a comentar.
A pesar de ello, si yo me llamase Yorch Lucas le hubiese titulado al día “La mentira del Meteorito”, como podréis comprender más adelante.
8:30 de la mañana, sonó el puto móvil-despertador. Qué momento más duro.
Lo primero, nada más despertar y tomar conciencia de la nueva realidad, a comprobar que nuestros cuerpos habían sido respetados. Y me voy a explicar, cosa conveniente teniendo en cuenta que conviviendo y durmiendo juntos los cinco durante 3 semanas se pueden llegar a coger grandes confianzas que, en condiciones normales, son impensables y que, el que lee esto, rápidamente puede imaginar, maliciosamente, eso sí.
La explicación es que desde que llegamos la noche anterior a la habitación del motel hasta que nos acostamos, matamos en ella más de diez mosquitos. Algunos de ellos en plena faena chupatil. Los cabrones se ponían en la puerta por fuera y, cuando la abrías, entraban para dentro. No son listos ni na los muy pequeñicos.
Yo me acojoné bastante, porque soy incapaz de dormir sabiendo que hay un bicho alrededor que quiere chuparme (…), sea cual sea. Y es que el que escribe tiene un gran problema con estos pequeños animalillos (mosquitos, pulgas… y demás fauna parásita). Debe de ser que tengo una sangre exquisita.
Así que, por si había quedao alguno vivo, decidí recurrir a viejas tácticas de supervivencia en estas guerras. Una táctica para evitar que te piquen los mosquitos es que el ambiente esté fresco, para así no destaparte con el calor (hace frío, asín que te tapas bien) y asín no te pican los mosquitos, pues no disponen de pista de aterrizaje/despegue.
De esta manera, le propuse a Edu (mi compañero de rum esa nait) poner el aire acondicionado de la habitación a tope durante toda la noche. Asín, a lo sumo, nos chuparían en la cara, pero no en las paturrias ni en los estómagos repletos de comidas basura.
Por la mañana, al despertar, nos examinamos y pudimos comprobar, con entusiasmo y alborozo, que nuestros cuerpos habían sido respetados, tanto por los mosquitos como por el ser humano que dormía a escasos decímetros de la presunta víctima (nosotros). Por lo primero el alivio fue grande. Por lo segundo indescriptible.
Tras ello, la rutina de ducha-vestirse-recoger-ponerse en marcha.
Guió el Cañonero Míguel. Como ha hecho alguno de mis compañeros de viaje, yo me sumo a agradecerle que ese día no tendiese a pisar el inexistente embrague del Cañonero cada vez que tenía que detenerlo por cualquier motivo. Nuestros cuellos le están eternamente agradecidos por ello y olvidan sin rencor los latigazos del pasado como consecuencia de las consecuentes paradas bruscas.
Ese día desayunamos en el Cañonero, mientras viajábamos hacia Arizona. El desayuno consistió en lo que bien podría ser el “oficial brecfast” de nuestro viaje: un plátano, un yogur líquido y, para los ansiosos, un zumo de naranja. La verdad es que el Cañonero da un juego enorme, pues desayunas en él como un señor. Los manjares los habíamos comprado la noche anterior en un súper mejicano (la mar de peculiar).
El paisaje, continuando con la planicie y la aridez, empezó a vislumbrar alguna montaña, cosa que no había sucedido hasta entonces a pesar de los muchos km. (aquí como son muy suyos los llaman millas) recorridos hasta entonces.
Nos sorprendió ver multitud de trenes de mercancías que circulaban por la llanura en sentido contrario al nuestro (de oeste a este). Además del número nos llamó la atención la cantidad de vagones de cada uno de ellos (más de cien). No calculo las toneladas de mercancías en vagones que nos pudimos cruzar aquel día. Estos tíos son un poco animales para todo. Cada tren lo remolcaban hasta cuatro máquinas.
A media mañana llegamos a un pueblillo de Nuevo Méjico llamado Gallup, en plena Ruta 66. La guía que había comprado para el viaje lo recomendaba, por tener muchas tiendas de artesanía y demás cosas indias.
Lo primero, siguiendo a rajatabla el protocolo del buen turista, fuimos al punto de información (Gallup Cultural Center). Un indígena (es decir, un indio, descendiente de los que había allí antes de que llegaran los ingleses a darles caña…) nos atendió y se afanó en ofrecernos multitud de cosas para ver (calles, museos…), entre ellas un festival intercultural que empezaba aquel día.
Dimos una vueltilla por el pueblo, con un calor bastante majo (treinta y muchos).
En muchas paredes del centro había dibujados murales de gran tamaño, y chulos. En la foto adjunta podéis ver uno.
Tal y como comentaba la guía, pudimos ver muchas tiendas de artesanía indígena.
El pueblo me gustó mucho. Merece la pena pasar por él.
Me sorprendió muchísimo que una buena parte de su población fuera indígena. Es como si fuese un pueblo que mantuviese las generaciones de los indios que poblaron aquellas tierras antes de que llegaran los hijos de la gran… bretaña. Solo que ahora los indios, en vez de ir montados en un caballo iban sobre un montón apretujados en el motor de una potente rancheras o de un deportivo.
Un poco antes de las 12 de la mañana nos fuimos de Gallup.
Y enseguida pasamos a Arizona, séptimo Estado de la Ruta 66 y noveno de nuestro viaje.
En la hoja de ruta planeada por Edu antes del viaje estaba el visitar el “Petrified Forest Nacional Park”, del cual no había oído hablar en la vida.
El parque resultó ser sorprendente, positivamente.
Se trata de una zona de pequeñas montañas de colores muy diferentes y formas curiosas.
El nombre (bosque petrificado) le viene porque hay un montón de troncos que, por un rollo geológico, se han petrificado y ahora son rocas (pero no te das cuenta de ello hasta que estás muy cerca, pues de lejos parecen troncos de madera).
Comentar que antes de entrar al parque tuvimos que decirles a los guardas del mismo, a su requerimiento, que no llevábamos con nosotros ningún fósil ni ningún mineral. Esto venía para controlar el que no nos llevásemos del parque ninguno de estos troncos petrificados, lo cual estaba prohibido, como nos dejaron muy claro a la entrada (si decíamos a la entrada que no teníamos nada con nosotros, nada teníamos que tener a la salida).
Insisto en que el parque merece mucho la pena. A mí me encantó, en parte porque fue una sorpresa que no me esperaba. Lo malo, como ya era habitual, el calor que nos hizo.
Se nos hizo un poco tarde para comer… y nos temimos lo peor. Pero al final se apiadaron de nosotros en “Mr. Maestas”, en Holbrook. Claro que esa misericordia la cobraron con creces después al autoajudicarse un 15% de propina (aquí lo hacen en algunos sitios), que el grupo decidió no discutir. Comimos la que es la comida oficial de nuestro viaje y del país en sí: hamburguesaza y patatas fritas. Homenaje al colesterol.
Tras la comida cogimos ruta hacia Flagstaff, pueblo lanzadera hacia el Gran Cañón, que visitaríamos los dos días siguientes.
De camino paramos en el “Wigwam Motel” que es curioso porque las habitaciones se encuentran dentro de tiendas de campaña que simulan a las de los indios. Así el motel parece un poblado indio, de los de las películas. Además, delante de cada tienda hay un coche antiguo de los que les gustan aquí (Cadillac por ejemplo). Me quedé con las ganas de saber lo que costaba una habitación. De todos modos, aparte de la tontería de decir que has dormido en un poblado indio (es un decir), las habitaciones no parecían muy cómodas.
Seguimos ruta y de camino nos salimos de la carretera para ir al “Meteor Crater Natural Landmark”. Se trata de un boquete gigantesco que hay en mitad de la llanura (aquí las llanuras son llanuras, es decir, mires a donde mires no se ve ni un minúsculo montículo) y que produjo hace ya unos cuantos años (fijaos que de aquella todavía no había nacido Fraga) un meteorito que chocó a mucha velocidad contra la Tierra.
El cráter estaba a unas cuantas millas de la autopista, que tardamos un ratillo en recorrer.
Al llegar pudimos comprobar, una vez más, lo buenos que son los norteamericanos para el tema de montar un negocio y sacar los cuartos al prójimo.
En este caso el gancho, aparte del propio cráter, es el “ya que hemos llegado hasta aquí entramos ¿no?”. Los cabrones se sirven de eso para cobrarte 15$ por barba. Este precio resulta abusivo, teniendo en cuenta lo que vimos detrás de aquellas puertas y teniendo en cuenta que hemos pagado mucho menos por ver Parques Naturales que le dan millones de vueltas a esto (Gran Cañón, Yosemite…).
Así que nos miramos y nos dijimos “ya que hemos llegado hasta aquí entramos ¿no?” y sucumbimos. “75$ plis” nos dijo el de la ventanilla.
Dentro hay un cráter gigantesco (que llama la atención, pues es muy ancho y muy profundo).
También hay una especie de museo relacionado con los meteoritos, con los planetas… que no es más que un pretexto que le ponen para justificar que te han cobrado esa pastísima para entrar. Lo único interesante que tenía es un aparato con el que podías hacer una simulación del choque de un meteorito (podías elegir su masa, su velocidad…) contra un planeta (yo elegí la Tierra).
También hay unos WC en los que alguno aprovechamos para soltar un meteorito que nada tuvo que envidiar al que había originado aquel emporio mucho tiempo atrás.
Una cara tienda, en la que no nos compramos nada, completaba el compendio.
El cráter tenía dos miradores, desde los cuales nos hicimos las obligadas fotucas al grito enérgico de “¡¡¡meteoritorrr, meteoritorrr, meteoritorrr….!!!”, el cual hizo que los otros visitantes nos mirasen un tanto flipaos.
Como he comentado, se supone que ese boquete gigantesco lo produjo un meteorito que desde la aurora interestelar chocó contra el planeta Tierra, que es en el que vivimos. Esto dio lugar a otro de los grandes debates del viaje. Y es que a alguno de nosotros, entre los que me incluyo, toda la historia esta del meteo no se qué nos suena un poco a película. Yo me decanto más porque aquello ha sido excavado por los americanos para atraer y sacar los cuartos (75 cuartos, o más bien enteros, exactamente) a cinco gilipollas como nosotros.
Ya oscureciendo continuamos el camino hacia Flagstaff, a donde llegamos ya de noche. Allí teníamos la referencia de una pizzería que nos había recomendado alguien en España (gracias Noemí): Picazzo´s. Preguntamos en el centro del pueblo a una atractiva joven y más o menos nos lo supo indicar. Estaba en las afueras del pueblo.
Nos costó un poquillo encontrarlo, pero después de unas cuantas vueltas y casi de casualidad, dimos con ello. Mereció la pena, pues nos metimos pal cuerpo un par de pizzas y unas cervezazas dignas de cinco intrépidos como nosotros.
Tras ello nos pusimos a buscar motel (como todas las noches). Esta vez nos costó un poco encontrarlo, pues, aunque había muchos, los propietarios se subían bastante a la parra y pedían muchos dólares. Al final encontramos el “Arizonan Motel” en el que dormimos placenteramente los cinco por 101,6$, previo preceptivo regateo con el indio-pakistaní que lo regentaba, un tipo bastante peculiar.
Nos acostamos con un cosquilleo en el cuerpo propio de saber que al siguiente día nos esperaba uno de los platos fuertes (si no el más) del viaje: el Parque Nacional del Gran Cañón del Colorado.
El siguiente día nos confirmaría que ese cosquilleo estaba más que justificado, pero esa ya es otra historia…