El Gran Cañón o viviendo peligrosamente.
Flagstaff, hora indeterminada de la mañana. Algo me despierta. Abro los ojos y veo a César dándole golpes a mi teléfono móvil. Le pregunto que qué hace y me mira con cara de asesino. Al cabo de un rato descubro que con los tapones no he oído el despertador y parece que ha estado sonando un buen rato… Bueno, tampoco es para ponerse así. Me levanto y voy a ducharme. Una vez en el baño miro el reloj: las 5:15 am. Lo vuelvo a mirar. Siguen siendo las 5:15 am. Vaya bazofia de reloj que me he comprado en el Walmart, menos de una semana y ya funciona mal. Es curioso que con la hora que es esté todo tan oscuro… ¡¿Oscuro?! Ay Dios, que creo que he metido la pata. He puesto el despertador del móvil sin acordarme de cambiar la hora (en Arizona es una hora menos). Bueno, hay dos buenas noticias: el reloj del Walmart funciona bien, y tengo una hora más para dormir, así que me voy a la camita.
Flagstaff 6:15 am. Ahora sí, arriba. César sigue con cara de asesino. No entiendo por qué, si sólo ha sido un pequeño despiste sin importancia...
Bueno, al grano. Desde Flagstaff al Gran Cañón hay más de 80 millas, así que tenemos un ratillo de coche. La entrada al Parque son 25 dólares por vehículo. Pensábamos que además teníamos que pagar por persona, pero por suerte no es así. Es curioso, pero la entrada al parque nos va a costar la tercera parte de lo que nos costó ayer la entrada al Meteor Crater, y os aseguro que entre uno y otro, no hay comparación posible. El Gran Cañón es sencillamente impresionante: inmenso, con un colorido y unas formas increíbles.
Cuando entramos al Parque nos damos cuenta de que si al día siguiente queremos coger la excursión en helicóptero sería mejor reservarlo ya, así que dos de nosotros nos acercamos al aeropuerto para hacer la reserva.
Dentro del parque te puedes mover en coche, aunque por zonas limitadas, o en unos autobuses que son gratuitos. El plan que tenemos es ver el Cañón desde varios de los puntos con vistas panorámicas, luego hacer una excusioncilla a pie por la garganta Bright Angel (algo suavecito, no os penséis), y luego coger un autobús hacia la zona oeste, concretamente a Hopi Point, para ver desde allí la puesta de sol.
Lo de la excursión al final se queda en un paseo, ya que cuando llevábamos un ratillo bajando empieza a llover bastante (ya nos había advertido una amable guarda del Parque que probablemente iba a haber tormenta). Nos resguardamos como podemos en un recodo del camino y esperamos a que pase. De repente se oye un ruido sobre nuestras cabezas y tenemos el tiempo justo para apartarnos antes de que caiga una piedra de tamaño bastante respetable justo en el sitio en el que hacía unos segundos habíamos estado haciendo unas fotos. La verdad es que acojona un poquillo, así que entre eso y que el camino está ya impracticable, optamos por regresar al punto de salida.
Y lo de ir a ver la puesta de sol al Hopi Point también ha tenido su historia. Para empezar, la carretera está en obras, así que optamos por ir andando. En ello estamos cuando vemos un cartel con letras enormes y colores llamativos que dice algo así como “NO CAR OR PEDERASTRIANS ALLOWED. KEEP OUT”. Como nuestro inglés es muy avanzado entendemos perfectamente lo que quiere decir: “NO SE PERMITEN COCHES NI PEDERASTAS. LOS DEMÁS, P’ALANTE”. Así que p’adelante.
Al cabo de un buen rato de avanzar sin ver un alma nos barruntamos que quizás el cartel no quería decir lo que imaginamos, y que tal vez los guardas del Parque no vean con buenos ojos nuestra presencia allí, así que decidimos tener preparada una buena excusa, por si es menester.
De todas las estupendas ideas que surgen de la brainstorming, la más votada es la de Miguel y que consiste en convencerle al guarda de que después de lo Pearl Harbor, no queríamos tener que ver el atardecer rodeados de japoneses, y que por eso nos hemos salido del camino. Esperemos que se lo traguen…
El caso es que andando, andando, llegamos por fin al Hopi Point sin atisbar espécimen humano alguno. Cuando ya va a ponerse el sol, y estamos todo confiados, oímos a nuestras espaldas acercarse un coche que se para, una puerta que se cierra, unos pasos que se acercan. Cuando ya nos imaginamos a un guarda echándonos una bronca enorme, apareció un tipo que resulta ser un almeriense que está de voluntario en el Parque. El caso es que el tío se porta bien y ni siquiera nos pregunta qué hacemos allí.
Pasado el susto nos dedicamos a disfrutar de la puesta de sol. Ya sé que me repito, pero sólo sé calificarla de impresionante. Según se va escondiendo el sol, el Cañón se va tiñendo de rojo poco a poco, oscureciéndose y difuminando sus formas. Lástima que hay un poquillo de brumilla.
Pero volvamos a la realidad, porque ahora hay que regresar hasta al coche, que está a un buen rato andando, y sin apenas luz, y para colmo tenemos que evitar los coches de los guardas que pasan por allí. Cuando por fin llegamos al Cañonero ya es completamente de noche, y aún tenemos que cenar y encontrar donde dormir. Cenamos algo rápido en una pizzería de Tusayan, por cierto bastante cara y que a alguno le ha hecho estar toda la noche bebiendo agua. Lo de encontrar sitio para dormir se complica y al final tenemos que volver hasta Flagstaff, al motel de la noche anterior. Y así termina nuestro primer día en el Gran Cañón, en el que, por cierto, hicimos una amiga, como se ve en la foto siguiente.
El MIDPOINT de la RUTA 66
Hace 7 años
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